9.4.13

El desgaste de la conciencia

 

Hace muchos muchos muchos años, quizá en una época en la que era absurdo, me consideraba anarquista, como muchos otros adolescentes con inquietudes y sin ningún complejo por los extremos me sentí atraído por una ideología idealista que buscaba (teóricamente) la mayor expresión de libertad e igualdad social entre todos los seres humanos, jamás leí a Bakunin ni a otros filósofos del movimiento, es más, siempre tuve la sospecha que sus ideas eran absurdas en un mundo tan cambiante como el nuestro. Pero creía tener la convicción del ideal. Desafortunadamente aquello era simplemente una fase en la que cualquier ostentación de símbolos contra el poder establecido eran un soplo de aire fresco. Años después, sentado aquí, rodeado de símbolos e hitos de la sociedad de consumo me doy cuenta que no sólo fracasé en esa toma de conciencia libertaria, sino que de aquella necesidad sólo queda la pena por no poder seguir pensando que aquellas ideas eran válidas de algún modo.

 

A finales del siglo veinte pretendía establecer contacto con ideas del Siglo XIX sabiendo que ni las teorías del siglo que caía serían válidas. Términos como globalización, internet o sociedad de la información sugerían un cambio radical en el enfoque que se tenía de una civilización, por otro lado, basada en los mismos principios políticos de siempre. Posiblemente se fueron acuñando términos modernos y se trataba de encajar cualquier novedad en el ya obsoleto sistema, pero de hecho caemos en la cuenta que no funciona. Existen un puñado de palabras que no perecen, que no se extinguen, conceptos anclados al ser humano como marcas imborrables e indestructibles. La codicia, el poder, la fama, el lujo. Quizá ligadas entre si o con un origen conceptual que se ramifica, se extiende y abarca casi todos los ámbitos de la vida. En definitiva, una ideología sin banderas ni dogmas, un feudo de libertad total, pero no para todos, sino para uno, el individualismo al que todos debemos aspirar. Nos quieren ofercer esa meta, una especie de egoísmo extremo. Pero lo mejor de todo es que la capacidad de adaptación de dicho sistema hace imposible cualquier demarcación o desvinculación parcial. Las ramificaciones ideológicas, en principio independientes de esta tendencia tienen un vínculo especial con esa manera de ver el mundo. La familia, el concepto de grupo reducido necesitado de protección, supone la conexión social de ese egocéntrico sistema. Y en cualquier ámbito podemos ver que con esa protección como excusa, se antepone todo. Y es que existe un concepto fundamental, de cual se ha escrito mucho y el cual está sobrevalorando que tiende continuas trampas debido a la ambigüedad que puede tener. No es otro que el amor. Si, el amor es el concepto más manipulable que posee el ser humano. Y no hablo de la concepción romántica del amor, sino de su significación conceptual más amplia. Cualquier barbaridad puede ser alabada e igualmente denostada bajo los auspicios del amor. Desprenderse de todo sentimiento puede llegar a ser fundamental en algunos aspectos de la vida y por lo tanto podemos concluir que el mejor gobierno, la mejor sociedad sería una programación que sólo debería estar a cargo de las máquinas. Quizá por eso tenemos tanto miedo a esa idea, no queremos ser gobernados justamente, queremos liberarnos, continuamente, de lo que sea. Es posible que una civilización de supercomputadoras determinase nuestra erradicación como el que erradica una plaga o que en su código fundamental fuesen nuestras siervas más eficientes, lo que me queda claro es que como seres políticos somos un fraude, un mal chiste que no hace gracia a nadie.

¿Qué es la conciencia desgastada? Creo que mi intención es dejar de dar lecciones sobre lo que debería ser y creo que lo que quiero escribir es sobre mi rendición, la aceptación de los principios sobre los que se construye nuestra sociedad a nivel político, ético y sociológico. Pienso que no estoy dispuesto a hacer un examen de conciencia, porque se que no sabría qué hacer. Vivo atrapado en un sistema, adicto a sus pequeñas trampas, siguiéndole el juego a todo lo que suponga una conexión con necesidades adquiridas en el pasado. Pero la única verdad es que sigo las reglas, cumplo las normas y me considero un dócil y complaciente esclavo de nuestra sociedad.

Es necesaria una revolución, desde luego, y cada día que pasa se hace un poco más tarde para que tengamos la influencia necesaria para cambiar las cosas. No sirve de nada proponer reformas o revueltas sociales que pretenden cambiar el rumbo de la política o de la economía. Los estragos en la sociedad de cualquier cambio estructural podrían ser catastróficos y creo que no estamos preparados para ello, hemos vivido bajo la misma mentira demasiado tiempo, el bienestar, la sociedad civil de derechos, el pueblo de la democracia, los gozos del sistema capitalista. Y ahora sufrimos el revés de sus encantos, como si de un esperpento dentro del rostro de la belleza, ahora caemos en la cuenta del derroche, de la estafa de este sistema que se volvía cada vez más depredador. Este mundo no lo hemos construido nosotros, tristes electores de capacidades limitadas, son los poderosos los que nos han llevado de la mano hacia el precipicio de la crisis, una fosa de la que ya tenían conocimiento y que suponía que las concesiones de bienestar y de civilización ya eran innecesarias. Vencido el comunismo no hay razón para que el pueblo viva con la certeza de un futuro digno. Rodaron por el suelo las esperanzas de un nuevo mundo, extasiados por la oferta de placebos revolucionarios nos han llevado de la mano por la cultura de la disensión, han dejado fluir las críticas al sistema con la seguridad de que son voces minoritarias las que harán algo al respecto, se permite detestar y denigrar el sistema mientras te quede claro que estás metido en él hasta el cuello. Un trabajo, una vida, una afición, un tiempo de reflexión, ¿de qué te quejas? Tienes tu libertad de expresión y no molestas demasiado, ahora dicen que las protestas están empezando a ser molestas, tanto como lo es un mosquito, su preocupación es de chiste, comparando movimientos activistas con el terrorismo parecen querer declararlo como una broma. No se trata de compararlo con el terrorismo, se trata de negar su autonomía y su legitimidad como instrumento de protesta. Se niegan a considerarlo algo nuevo porque su definición le otorgaría legitimidad, la fuerza de su originalidad se pierde en comparaciones banales que no tienen ninguna base. Puede que ese sea un primer paso, hasta que el movimiento se diluya, hasta que se convierta en una minoría gritando consignas desfasadas.

Otra de las soluciones es la lucha armada, la cual llevaría a una derrota de cualquier aspecto de cordura que le quedara a un movimiento reivindicativo. Pero las armas ya no son del pueblo, no tiene acceso a ellas y cualquier acto de terrorismo se funda en la amargura, no esa es la solución desesperada del fracaso. ¿Existen otras opciones? ¿La desobediencia civil? ?¿Una huelga general indefinida? No, siempre serán una minoría los que decidan hacer tales cosas. Lo primero es la conciencia, examinar la conciencia de cada uno y preguntarse qué estás dispuesto a perder. Pero todos tenemos mucho que perder, la gente pasa hambre, los miedos se disparan, no queremos renunciar a todo lo que nos ha dado el capitalismo, no queremos emprender una lucha revolucionaria, sería incómodo y definitivamente inútil.

Y lo más importante ¿Dónde nos llevaría?

 

1 comentario:

  1. Me gustaría decirte que no estás solo.
    Paradójicamente, eres original en tus planteamientos y a la vez lo que escribes resuena dentro de mí como ya pensado.
    Muchas veces me sorprendo teniendo la sensación de vivir una doble vida: una en la que estoy indignada, necesito ayudar a otros, haría lo que fuera para defender los derechos que nos arrebatan, lucharía junto a quien me lo pidiese siempre que fuera una causa justa... y la otra, esa en la que cuando la jornada termina me voy a mi casi pagada casa, en mi coche de diseño, con mi ropa de moda, pido la cena al restaurante japonés más cool y me acuesto temprano para ir al día siguiente al entrenamiento de tiro con arco.
    Y me asusto.
    Y de alguna forma pienso que algo falla en mí.
    Luego pienso que tengo que examinar mi conciencia.
    Luego me quedo dormida.
    Ahora mismo estoy pensando que hago todo lo que puedo. Que muchas veces no compensa el esfuerzo que realizo por ser fiel a mi conciencia, cuando hasta mi conciencia es cambiante.
    ¿Cómo no va a desgastarse, si no para de modificarse?
    Pero no estás solo.
    No estamos solos.
    No tenemos la solución y el desconocimiento de lo que ocurriría en caso de lanzarnos a luchar es lo que nos impulsa a mirarnos hacia dentro, hacia nuestras conciencias. Pero ¿acaso no es una forma de buscar refugio? ¿de huir hasta que sepamos qué hacer en grupo?
    Porque lo que hagamos tendrá que ser en grupo.
    Solos no nos sentimos capaces.
    Ojalá tuviésemos la firme convicción de V; pero para eso hace falta desear una vendetta desde lo más profundo y como bien dices, tenemos aún mucho que perder hasta llegar al punto de reaccionar por la pérdida de la dignidad.
    En cualquier caso, y porque lo que más me gusta es reírme de todo, tiendo al optimismo y confío en que nuestras conciencias se abran paso entre telarañas unas y mímesis otras y encuentren el camino.
    Te animo a confiar conmigo. Ya seremos dos en una dirección.
    Un besote.
    Lau

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